Con la resaca de los Oscar esta semana mucho se ha discutido sobre la percepción de la “derrota” de Roma, la película de Alfonso Cuarón que se llevó a casa tres estatuillas (dirección, fotografía y película de habla no inglesa) pero no el más importante de la noche. La campaña de Netflix para conseguir el galardón de mejor película fue una de las más agresivas del año —Vulture comenta que el gasto en publicidad pudo llegar a los 40-60 millones de dólares, la mayor inversión que se ha hecho en los últimos tiempos para una temporada de premios–, y en juego estaba algo más que la simple victoria de la película: que ganase Roma implicaba que ganase Netflix y eso habría sido la constatación para la compañía de streaming de que puede jugar a la altura del resto de Hollywood. No era una cuestión de que Roma ganase por ser o no la mejor película del año sino un intento de cambiar las reglas del juego.
No fue así la cosa y al final el premio gordo de la noche se lo llevó Green Book, por lo que ahora a Netflix le ha tocado lamerse sus heridas y empezar a preparar la campaña del año que viene, que contará con The Irishman, de Martin Scorsese, como su película estrella. La misma madrugada del lunes, durante la retransmisión de los Oscar, se pudo ver su primer teaser, meramente informativo de los nombres asociados al proyecto.
La película, en la que el director neoyorkino reúne de nuevo a Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, está basada en la historia real de Frank Sheeran, un veterano de la II Guerra Mundial metido a asesino a sueldo para la mafia, y para su realización se ha contado con técnicas punteras de efectos especiales que lograrán que sus actores rejuvenezcan a lo El curioso caso de Benjamin Button. Una producción que ha costado más de 125 millones (aunque se apunta a que esas cifras son bastante conservadoras) en cuya primera mitad veremos a De Niro y compañía tal cual estaban en sus años mozos, y en su siguiente tramo saldrán con su edad actual.
Scorsese ha pedido a Netflix que The Irishman tenga un estreno amplio en salas, no las simples tres semanas para computar en un circuito limitado que se usaron con Roma o La balada de Buster Scruggs de los hermanos Coen, y los ejecutivos han tomado buena nota de su sugerencia. Esta película podría ser un punto determinante en la estrategia de la compañía sobre cómo interactuar con la infraestructura de Hollywood y van a realizar una serie de acciones más allá del “experimento” que ha supuesto Roma.
Uno de los aspectos más criticados hacia Netflix es su política al respecto de la ventana de estreno, no queriendo adherirse al plazo de 90 días de exclusividad que estipulan las cadenas de exhibidores entre el paso por salas y su llegada doméstica. Si Netflix quiere que The Irishman tenga un estreno potente en cientos e incluso miles de cines, va a tener que negociar cuántas semanas va a estar en cartelera y que así las grandes cadenas acepten proyectarla. En el caso de Roma, los principales exhibidores como AMC o Regal se negaron a ello y al final acabó en unos 125-140 cines independientes a lo largo de Estados Unidos con unos resultados de taquilla “estimada” bastante buenos para el tipo de película que es: cine de época, subtitulado, blanco y negro… pero The Irishman necesita bastante más que eso. Junto a la cuestión del número de salas, un estreno masivo también implicará que se den a conocer las cifras de taquilla de la película, otro de los aspectos que Netflix siempre ha recelado revelar, porque en ese misterio radica parte de su éxito: si nunca dices lo que ha ganado X película o la audiencia que ha tenido X serie, puedes vender siempre la sensación de triunfo diciendo que internamente ha funcionado muy bien y hay que creérselo, sea verdad o no. Básicamente, si Netflix quiere ganar un Oscar, va a tener que empezar a jugar con las mismas reglas que el resto.
Para muchos, Roma perdió en los Oscar en parte debido a esto, ese descontento general por lo que Netflix supone: el “enemigo” de la concepción tradicional de Hollywood y la experiencia cinematográfica y, tal y como recoge THR en su artículo de este miércoles o lo expuesto en el informe monetario de Vulture, muchos votantes se lo pensaron dos veces antes de dar su voto a la película de Cuarón. Un votante bajo anonimato comentaba: “La gente con la que he hablado me ha dicho que no iban a colocar a la película [Roma] en el puesto Nº 1 o Nº 2 de sus papeletas porque querían mandar el mensaje de que no puedes comprar un Oscar a la Mejor Película. Tenían miedo del mensaje que iba a enviar a la industria“. Otro analista remataba asegurando que “Un voto para Roma significa un voto para Netflix, y eso es un voto para la muerte del cine a manos de la TV“. No es de extrañar por tanto que acabase siendo favorecida en el reparto de votos Green Book, una opción mucho más tradicional, de “cine clásico” y reconfortante, y en ese lado del ring había un aliado muy importante en la figura de Steven Spielberg.
Días antes de la noche de los Oscar, Deadline publicó un artículo llamado “Cómo Steven Spielberg cambió el curso para Green Book“, perteneciente a su serie FYC con diversas personalidades hablando de las películas nominadas, y en él se recogían palabras del director sobre su amor hacia la película. El director Peter Farrelly, temiendo que Focus no fuese el estudio adecuado para la película, decidió llevársela a otra parte y se puso en contacto con Spielberg, quien la apadrinó bajo su sello de Dreamworks y Amblin. Según declara Farrelly, “Spielberg vio [Green Book] a las 8 de la mañana y me llamó a las 10 de la mañana. Le flipó y dijo que era su buddy movie favorita desde ‘Dos hombres y un destino'”. Y no se quedó ahí la cosa, porque según el encargado del montaje de la película, Spielberg repitió y acabó viéndola cinco veces en total en las dos semanas siguientes. Gracias a este apoyo la película se terminó colando en el festival de Toronto, donde comenzó su carrera de premios hasta desembocar en la gran noche del pasado domingo. Que Spielberg se posicionase en favor de Green Book a la hora de votar no es algo que escape de los límites de la lógica, al fin y al cabo tenía un interés interno dada la participación de su compañía, pero sus palabras no son algo a tomar a la ligera porque una figura de su calibre tiene mucho peso en el seno de la Academia y ha podido influenciar a otros académicos.
Seguidamente, durante la aceptación de un galardón concedido por la Cinema Audio Society unos días después (recogido por Variety), Spielberg aprovechó su discurso para manifestar su posición sobre el panorama actual del cine. “Espero que todos nosotros continuemos en la creencia de que la mayor contribución que podemos hacer como cineastas es dar al público la experiencia de las películas proyectadas en cine. Soy un firme creyente de que los cines deben existir por siempre“.
“Me encanta la televisión, me encanta la oportunidad que supone. Parte de los mejores guiones hoy día se hacen para televisión, parte de la mejor dirección se ve en televisión, algunas de las mejores interpretaciones están en televisión ahora mismo. Hay mejor sonido en los hogares ahora más que nunca en la historia, pero no hay nada como ir a un cine grande y a oscuras con gente a la que no conoces de nada y que esa experiencia te inunde. Eso es algo en lo que todos creemos“.
Estas palabras continúan un pesar por parte de Spielberg que lleva manifestando desde el pasado mes de marzo, cuando declaró lo siguiente: “Cada vez menos cineastas van a esforzarse por conseguir financiación, o competir en Sundance y posiblemente conseguir una de las distinciones especiales para estrenar sus películas en cine; y más de ellos van a dejar que las compañías de streaming financien sus películas, quizás con la efímera promesa de una semana en salas para computar a premios, pero, lo cierto, es que cuando te comprometes a un formato televisivo, eres una TV movie. Si estamos hablando de una buena producción, te mereces un Emmy, ciertamente, pero no un Oscar. No creo que las películas que reciben simplemente una distribución simbólica en un par de cines durante menos de una semana cumplan los requisitos para recibir una nominación a los premios de la Academia“.
Y con esto saltamos de nuevo a los eventos de esta semana, donde se ha dado a conocer, tanto por el mencionado artículo de THR como ayer por Indiewire, que Spielberg planea una intervención directa cuando se produzca la reunión anual que tiene la junta de la Academia en el mes de abril para evaluar el estado de la cuestión. Spielberg, en calidad de líder de la rama del gremio de directores, va a exponer su parecer hacia Netflix y compañía (Amazon, Disney+, las futuras platoformas de Warner, Apple…) con vistas a que se remodelen las reglas de participación.
“Steven tiene una posición muy clara hacia la diferencia entre la situación del mundo del streaming y las salas de cine“, ha comentado un portavoz de Amblin. “Estará contento si otros se unen a su campaña cuando se saque el tema [en la reunión]. Ahí verá qué pasa”.
“Hay un murmullo creciente sobre que si Netflix se va a comportar como un estudio, debería haber alguna especie de estándar“, comenta por su parte uno de los responsables de la Academia. “Las reglas se escribieron cuando nadie podía concebir este presente o lo que deparará el futuro. Necesitamos un poco de claridad“.
Según THR, una de estas imposiciones sería que toda película deba tener un pase por salas en exclusividad –es decir, que esté en salas en ese momento y no accesible por otros medios– de cuatro semanas para que entre en los requisitos y pueda optar a los premios. El reglamento actual indica que para entrar en competición de los Oscar basta con haber proyectado la película en Nueva York y Los Ángeles durante una semana y que algún periódico local haya publicado críticas sobre ella –por eso muchas películas se estrenan de manera simbólica en diciembre y luego ya al año siguiente tienen el “estreno de verdad”–, pero al respecto de las ventanas de exclusividad, que es aquí lo importante al tener que compatibilizar salas y streaming doméstico, no hay ninguna regla concreta escrita. “Hay gente que está manifestando con gran pesar que si este vacío legal continua, podría destruir el concepto de cine al completo“, comenta otro de los académicos anónimos. La última vez que se modificaron las reglas fue cuando en 2017 O.J.: Made in America (distribuida en televisión dividida en cinco capítulos dada su extensión) ganó el Oscar a mejor documental; hubo una rápida intervención y se dictaminó que ninguna producción dividida en varias partes sería elegible para premios. Al respecto, el académico continúa diciendo que “Esto no se decidirá tan rápido ni fácilmente como lo de O.J. Se va a producir una gran pugna porque muchos de los miembros de la Academia están en desacuerdo“.
Personalmente creo que estamos ante una situación compleja en la que no todo es blanco o negro y estoy bastante de acuerdo con cosas de las que dice Spielberg a la vez que creo que se equivoca en otras. Tras la publicación de estas palabras, ha corrido como la pólvora la concepción de que es un viejo chocho y está anclado en el pasado –o que le esté haciendo la puñeta a Scorsese, cuando no es así; como comento arriba, la petición de Scorsese para que The Irishman tenga un estreno masivo es anterior a esta polémica– pero entiendo su parecer porque yo también soy un firme defensor de la experiencia en sala como parte del concepto cinematográfico. Spielberg barre para casa porque quiere mantener la esencia de lo que representa la proyección, la participación comunal de los espectadores y la bella imagen del Hollywood de toda la vida, y la entrada de las plataformas de streaming “amenaza” ese statu quo. De repente la gente ya no tiene que ir al cine; basta con quedarse en casita con la manta y darle al play. Me pongo en la cabeza de uno de los académicos que votaron en esta ceremonia y es un duro golpe intentar reconciliar la idea de darle el galardón de mejor película a una cinta con la que estás mandando el mensaje “Si mañana quieres verla, no la tienes disponible en ningún cine; tienes que verla en casa y pasar por caja para la competencia”. No es algo fácil de tragar y de ese rechazo nace una actitud para intentar preservar ese modelo y luchar para que no desaparezca.
Ahora bien, la idea de Spielberg de que toda película que pasa por una plataforma de streaming y no por salas se convierte directamente en una TV Movie me parece una postura muy condescendiente y elitista. Está sugiriendo que si “Película X” se estrena en cines durante un par de meses, eso es CINE DE VERDAD; pero si esa misma película, por circunstancias de la vida, no ha conseguido encontrar distribución y acaba online, de repente deja de ser CINE DE VERDAD convirtiéndose en otra cosa de menor categoría. Cuántisimas grandes películas hemos visto todos en una televisión o un monitor porque no ha quedado más remedio, y no por ello dejan de ser cine.
Es fácil decir esto desde una posición cómoda, pero los modelos de producción y distribución han cambiado y no es sencillo para muchas compañías ni cineastas financiar sus proyectos como lo harían antiguamente. De unos años para acá, muchísimas películas que antes habrían sido éxitos de taquilla y/o estrenos importantes de la semana, no tienen cabida y acaban, con razón, directas a VOD o en Netflix porque es la única compañía que está poniendo pasta sobre la mesa (que Scorsese haya tenido que recurrir a Netflix porque nadie quería financiar el presupuesto de The Irishman lo dice todo). Las películas de presupuesto medio han dejado de tener la relevancia de antaño y el modelo ha sido absorbido por Blockbusters de 200 millones o microproducciones de 5 millones tipo Blumhouse como las dos opciones predominantes. Sigue habiendo cine entre medias, por supuesto, pero cada vez veo una menor proporción en la conversación global. Consumo mucho cine en casa a través de plataformas y me encantaría haber visto esas películas en sala y que además la gente hablase de ellas a diario, pero a la vez sé que es una utopía y que esos tiempos ya quedaron atrás. No hay mercado para todo ni una infraestructura que lo soporte.
Spielberg argumenta que las producciones de estos servicios de streaming deberían estar más de tres semanas en salas, pero eso es algo que ni se produce en este momento con las películas de CINE DE VERDAD; películas de toda la vida hechas por estudios conocidos, con distribuidoras cinematográficas conocidas… En los últimos meses, y pongo ejemplos, algunas de mis películas favoritas han sido Burning, Dogman, Malos tiempos en el Royale, Quién te cantará, Tu hijo, Lázaro feliz, Clímax, Suspiria, El reverendo, Museo, En ángel, Lo que esconde Silver Lake, Border, Silvio (y los otros), La casa de Jack… todas comparten dos características: 1)las llegué a ver y disfrutar en una sala de cine y 2)todas ellas duraron como mucho dos semanas antes de ser retiradas (en el caso de Burning o Museo fueron exactamente 5 días en cartelera). Cada vez se producen más películas y hay semanas en las que hay una docena de estrenos con los que, a poco que te interesen dos o tres, hay que hacer auténticos malabarismos para cuadrar fechas y poder verlos en pantalla grande. Muchas duran una semana bajo el modelo actual, y gracias, antes de que la copia se lleve a otra ciudad o directamente se retire. ¿Si todas esas películas tuvieron un paso simbólico por salas a duras penas cómo se puede exigir que se estandarice un mínimo para todas a partir de ahora? No todas las distribuidoras se pueden permitir una inversión así ni todas las películas logran encontrar su público de primeras.
No es una situación sencilla, porque argumentar que hay que cambiar cómo ve Hollywood a la competencia del streaming también implica mirarse en el espejo y ver que el panorama está muy negro. Exigir todo esto queda muy bien de cara a la galería pero no hay medios (ni ganas) para elevar un estándar de calidad y que todas las producciones reciban un trato digno. Vender la experiencia en salas como algo vital mola, y es un rito que no se debería perder, pero a la vez tiene que haber un compromiso por parte de esos cines de que la proyección estará en unas condiciones mínimas, que los precios no sean abusivos, que el resto del público se comporte de manera educada, nada de móviles ni distracciones… pero como todas esas condiciones no se cumplen, pues pasa lo que pasa y mucha gente prefiere pagar una tarifa plana y quedarse en casa sin comerse la cabeza viendo lo que le dé la gana. Hollywood ha encontrado en Netflix al chivo expiatorio perfecto, una compañía a la que señalar con el dedo e identificar como el enemigo, a la vez que se está dejando morir de manera hipócrita al resto de estrenos que vemos cada semana. Y hemos llegado a esta situación por un cúmulo de factores donde la culpa es de los estudios, los cines y nosotros mismos como espectadores. Y ante un panorama como ese, no es de extrañar que muchos cineastas prefieran la idea de un mercado global como Netflix donde tu película puede ser vista en 190 países a la vez durante los 365 días del año. Sacrificas “publicidad” y la noción romántica de la sala a cambio de que al menos el público tenga la opción de ver tu trabajo. Es un modelo que ha llegado para quedarse y no hay vuelta atrás.
Aunque por otra parte también me parece que todo esto tiene su lado positivo porque Netflix necesitaba un tirón de orejas. Como ya se ha comentado, si quieres jugar tienes que acatar las reglas e ir por libre escondiendo datos o intentando colarte en la fiesta a última hora y con una invitación simbólica no son formas. Si bien Hollywood le tiene ojeriza al streaming, también es cierto que Netflix no ha puesto de su parte para que haya un equilibrio. La ventana de exclusividad en salas se puede ver como una exigencia arcaica pero Netflix es muy testaruda al respecto de su política de lanzamiento simultáneo y global, impidiendo que cines pequeños que, por ejemplo, han querido proyectar Roma no hayan podido hacerlo al no haber compromiso por ambas partes; y en eso pierden los espectadores. Si todo esto sirve para que se sienten y tengan una conversación productiva, bienvenido sea.
Sería estupendo que conviviesen ambos modelos, y que la gente tuviese la opción de elegir entre ir a ver una película de Netflix (o cualquier otro servicio) en una sala de cine o en casa. Escenario ideal, pero no va a ocurrir porque es inviable. Netflix va a estrenar 90 películas en 2019 (imagen real, animación y documentales); esa cifra se acerca a lo que implicaría juntar toda la producción cinematográfica de los principales estudios de Hollywood a la vez (Warner, Disney-Fox, Sony, Universal y Paramount, y eso sin contar a todas las pequeñas distribuidoras independientes). No puedes tener semejante volumen de películas, que todas pasen por salas y pretender que todas funcionen, así que la opción final será que las cuatro que tengan opciones para los Oscar sean las que reciban un trato especial. Seguramente haya una remodelación de las reglas pero será de mutuo acuerdo (Netflix ha conseguido ahora un puesto en la MPAA, señalando su nuevo estatus como un estudio igual que el resto) y en beneficio de algo como The Irishman, un caballo ganador de cara a los Oscar; otro tipo de películas más pequeñas quizá salgan incluso perjudicadas del tema.
En abril conoceremos cómo continúa esto pero no será la última vez que se hable del tema.