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Los archivos del Pentágono

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Por Doctor Diablo

Me parece muy curioso el poco ruido que ha hecho tanto a nivel de taquilla como de notoriedad en la carrera de premios la última película de Steven Spielberg.

Ya no sólo por su innegable calidad, de hecho es Top 3 de Spielberg en los últimos 15 años junto a Lincoln y Múnich, sino porque parecía porque parecía un caballo ganador: la película exacta en el momento exacto poblada por un reparto que reúne al Golden Boy de los valores tradicionales/republicanos (Hanks) y al azote izquierdoso de los pseudo-fascismos y contestataria oficial en cuestiones de raza-género mucho antes que esto fuera moda (Streep), en una especie de declaración de principios sobre lo que significa ser americano más allá de discrepancias ideológicas dentro de lo civilizado, y sobre todo por los temas que aborda.

© Twentieth Century Fox | Foto: Niko Tavernise.

© Twentieth Century Fox | Foto: Niko Tavernise.

La necesidad de una prensa insumisa y vigilante con los abusos del poder de los gobiernos y al mismo tiempo una historia sobre la relegación social por cuestión de género, sus agresiones implícitas y la valentía de algunas mujeres para asumir voces reivindicativas y trabajar en pos de una igualdad real, necesaria y ante todo justa. Dejando mi sorpresa de lado, Spielberg me da todo lo que podría esperar uno de sus films reivindicativos, concienciado pero que a la vez asume su condición de espectáculo catártico tan propio del director de Tiburón, del que se alejaba en esa perla minimalista que fue Lincoln, pero que el director usualmente ha usado para hablar de los grandes temas en sus anteriores cintas “con mensaje”.

Porque, para empezar, Spielberg tiene claro que hacer una declaración de principios no está en absoluto reñido con entretener, emocionar y ser accesible a todos los públicos.
Como a estas alturas ya todos debéis saber a estas alturas, la peli narra la historia del Washington Post en sus días previos a su salida a bolsa, y gravita en torno a la decisión sobre si publicar o no un dossier encargado por el secretario de Estado de JFK, Robert McNamara, donde quedaba claro que la guerra de Vietnam no era ganable, y del que se desprende como consecuencia que tanto JFK como LBJ y finalmente Richard Nixon siguieron mandando a morir a miles de chicos norteamericanos sólo por no ser el primer presidente USA en perder/retirarse de un conflicto armado.

La decisión de publicar que aterraba al consejo de administración y que le parecía totalmente necesaria al redactor en jefe, Ben Bradlee, magníficamente interpretado por un Hanks que consigue esquivar la alargada sombra de Jason Robards, queda finalmente en manos de la recién nombrada Kay Graham, debido al suicido de su marido, y anterior editor — recomiendo encarecidamente sus memorias Una historia personal, premio Pulitzer 1998, editado en España por Alianza –. Una decisión que le hará replantearse su lugar en el mundo, el rol que mansa y agradecidamente había adoptado hasta entonces y que disparará su meteórica trayectoria como una de las figuras míticas del periodismo americano en el último tercio del siglo XX.

Meryl Streep aporta una de sus más matizadas y contenidas interpretaciones en años a un personaje absolutamente fenomenal que Spielberg le sirve en bandeja de plata. Pero, pese a que el binomio Streep-Hanks resulta fenomenal, el plantel de secundarios impresiona –mención especial a un Bob Odenkirk que se come la pantalla y a una Sarah Paulson que no sabes muy bien que pinta ahí hasta que ves que necesitaban una actriz con el peso actoral y necesario para, en una sola escena, poner al personaje de Tom Hanks en sus sitio, bajándolo de su nube de justiciera autocomplacencia –, y el guión de la debutante Liz Hannah es sólido, sincero y dice cosas importantes de forma refrescantemente honesta y humanista, en un momento en que es importante decirlas, The Post es el show de Spielberg de cabo a rabo.

Con su endemoniada pericia narrativa, su ojo clínico para el encuadre y su perverso dominio de los tempos emocionales, Spielberg convierte una buena película en un maquinote que humilla despiadadamente a esa mediocridad fílmica plagada de buenas intenciones ganadora del Oscar llamada Spotlight, y casi le empata en suspense y supera en intensidad emocional a la vara de medir de toda película sobre periodismo que obviamente es Todos los hombres del presidente , sentándose a su derecha como la mejor película americana sobre este género (dando de comer aparte a las cínicas y maravillosas aportaciones de Billy Wilder y Sidney Lumet que serían el reverso de la moneda). Para que esto no se quede en parágrafo retórico, vamos a poner unos cuantos ejemplos de ello.

Hacia el final de la película hay una conversación telefónica con cuatro terminales y más de media docena de personajes hablando y interrumpiéndose constantemente dónde Spielberg consigue que me entere absolutamente de todo lo que pasa hasta el más mínimo detalle sin dejarme ninguna duda de quien dice que, a quien y con que intención mientras retrata al mismo tiempo el proceso interno de Meryl Streep dotando a la última frase de la conversación de un ‘punch’ emocional descomunal. Hace falta ser un genio de la edición y un maestro del tempo narrativo para conseguir la perfección en una escena aparentemente tan sencilla, pero en la que me gustaría ver a muchos de los endiosados directores de la última década.

Centrándonos en el trabajo de cámara, me resulta difícil elegir pero quizás me quedo con los travellings laterales que subrayan el dinamismo, la ebullición y el caos ordenado en que vive la redacción del Post y la secuencia entera desde que Odenkirk llega a casa de Hanks con “el paquete” y la forma en que el objetivo capta la reacción de los periodistas como si los documentos les estuvieran mirando, más toda la escena que le sigue con la cámara moviéndose de habitación en habitación, recogiendo pases de hojas, entradas, salidas, y como, entre toda esta vorágine, no se pierde de vista ni un momento algo tan nimio pero que a la vez sirve para oxigenar por contrapunto la escena como son los paseos de la hija de Hanks vendiendo limonada.

Y para terminar, no por falta de más ejemplos pero para no dar la turra, el torrente emocional que nos arrolla tras la decisión de Streep y como una máquinas de linotipia, unas rotativas y el ruido y el movimiento que las acompaña emulan a los engranajes de la justicia, al sonido del bien aplastando la mezquindad, las mentiras y la corrupción letra a letra, gota de tinta a gota de tinta y los planos enfatizados con una ligera cámara lenta en que los hombres que cargan los periódicos en los camiones para su distribución son los mismos por los que las mujeres y los hombres del Post lo han arriesgado todo. El cuarto poder al servicio del pueblo y no como medio de adoctrinamiento y/o aborregamiento de las masas. La película se podría resumir en un breve intercambio entre Streep y Hanks donde ella, muy preocupada, le espeta “si publicamos podríamos perder el periódico”, a lo que él contesta “si no publicamos ya lo hemos perdido”.

El clímax con la decisión del Tribunal Supremo, y lo que viene a continuación me dejaron ya en una alarmante falta de kleenex, haciendo mella en el duro escepticismo de la realidad que lamentablemente vivimos día a día globalmente y también en nuestro país. Porque lo que poco Spielberg debe saber es que, aparte de la universalidad de su feminismo sin postureos, el otro mensaje principal de The Post retumba con tanta fuerza en la vergonzosa y parafascista America de Trump como en la España de la nula separación de poderes, y de la corrupción silenciada sistemáticamente por los medios de comunicación generalistas.


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