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Mi amigo el gigante

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Con una filmografía envidiable en sus 31 películas realizadas para cine (y algunas más para televisión en sus inicios) es normal que Spielberg, de cuando en cuando, flojee. Mi amigo el gigante es uno de esos títulos que, como Hook o Amistad en su día, deja con un sabor amargo a sus seguidores.

La película tiene muchos de los elementos que han caracterizado buena parte del cine del director: fantasía, protagonista infantil desamparado, buenrollismo, aventura y redención. Sin embargo, por primera vez en mucho tiempo, hace algo insólito en la obra del director: aburrir.

gigante 1

© Tripictures

Es muy probable que la propia estructura del cuento de Roald Dahl en que se basa condicione buena parte de la película, que se recrea en la relación entre la niña protagonista, una huérfana insomne con un sentido de la responsabilidad y la justicia inusual a esa edad, y un amigable gigante solitario que se parece a uno de esos señores de pueblo de tediosas rutinas, pero en grande. El gigante es acosado por otros mucho más grandes que él, brutos, maleducados y comedores de hombres. Una situación que a la niña le parece grotesca y para la que tratará de encontrar situación. Pero mientras se plantea esa trama a fuego muy lento, la primera mitad de la película se centra en la inmersión de la niña en el peculiar mundo de su nuevo amigo, centrado casi exclusivamente en cultivar unos pepinos asquerosos y coleccionar sueños.

Durante todo ese periodo apenas existe una verdadera repercusión de la diferencia de escala de los personajes, que pierden presencia en gran medida por ese horrible efecto del CGI hiperrealista que chirría en cosas como la gravedad y peso de los personajes. Hay momentos, quizás porque Dahl lo imaginó así, en los que parece más rotundo el peso de la niña protagonista que el de cualquiera de los gigantes de la película. La agilidad al saltar, el escaso impacto de sus pisadas y caídas, hace que uno sólo piense en lo irreal que hay en pantalla cuando se pretende justo lo contrario. Todo eso afecta a las pocas escenas de acción, bastante reducidas, además, en lo que a escenarios se refiere.

Sorprende esto viniendo del tipo cambió la industria con los efectos de Parque Jurásico, que obviamente no aspiraban a recrear una fantasía, pero sí impacto en el espectador en lo referente a la escala, peso, sonido y movimientos de un ser de gran tamaño. Algo muy bien entendido, por ejemplo, por Gareth Edwards en su Godzilla.

Quizás Spielberg, queriendo orientar claramente la película hacia un público infantil, haya tomado la decisión consciente de aligerar todos esos aspectos, hasta el punto de parecer de que en esta película cualquier elemento de gran tamaño podría flotar sin demasiada dificultad.

gigante 2

Es la segunda mitad de la película, la de la acción, la que decide abordar el problema del gigante bonachón, la que repentinamente se eleva muy por encima de lo visto hasta ese momento. Spielberg exprime al máximo la comedia de contrastes que tiene lugar a partir de ese momento, una parodia tronchante de tópicos británicos sobre la clase alta, que llena de luz lo que hasta entonces había sido un mortecino intento de cuento entrañable.

Aparece una buena tropa de nuevos secundarios que lidian con lo improbable (los gigantes) con un exquisito disimulo de su evidente asombro. Spielberg consigue armar una minihistoria dentro de la historia que recuerda mucho a esa visión del mundo de los adultos que mostraba Matilda en la película de Danny DeVito, también basada en un cuento de Dahl. Una mezcla de inocencia y madurez y un tino en ver lo impostado y del mundo adulto en clave cómica brutal.

Spielberg se salva por los pelos y se redime de la que podría haber sido, siendo él quien es, una catástrofe: una película insulsa y que provoca desidia. Lo mejor que puede decirse de una película floja es que acabe en alto, y Mi amigo el gigante lo hace.


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